martes, 6 de mayo de 2008

El último viaje del coloso


Burbujeante, sin sentido ni direcciòn, la vida espera tus pasos. (Abel Desestress)

Un reguero de sangre manchaba el asfalto. Brotaba de la cola de un monstruo de 20 metros y 43 toneladas. Una ballena tan grande que no cabía en el camión de transporte de vigas que la llevaba a despiezar. La cola, de cuatro metros, barría la calzada. En el mar, el animal podía nadar hasta 300 kilómetros al día; su último viaje será por tierra: tardará un año en recorrer los 600 kilómetros que separan Marbella de Madrid.

El cetáceo, una hembra de 45 años de rorcual común, varó en la playa marbellí de Cortijo Blanco el pasado 5 de febrero. Los esfuerzos de los veterinarios del Centro de Recuperación de Especies Amenazadas por mantenerla viva fueron inútiles; resistió cinco horas. Su valor científico desaconsejó hundirla mar adentro. Para alejar el olor a muerte de la playa, 30 trabajadores trasladaron el cadáver a un vertedero cercano. Tardaron 12 horas.

La Junta de Andalucía utilizó ese tiempo para poner fin al despiece administrativo que las instituciones científicas habían comenzado, hipnotizadas por la perspectiva de apropiarse de parte del rorcual más grande recuperado en España. Barcelona quería las mandíbulas, Granada el corazón. Tras estudiar el caso, la Junta decidió ceder el esqueleto íntegro al Centro Superior de Investigaciones Científicas, que lo destinó al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid.

En la planta de reciclaje, con los cuchillos y los ganchos afilados, esperaba María Ángeles Prieto. La flanqueaba su ejército de 10 atuneros, contratado por su pericia como descarnadores. Cuando vieron llegar al animal no podían creérselo. "Tan grande que parecía que nos iba a tragar a todos".

Durante dos días trabajaron cubiertos en sangre. Levantaron la piel, traspasaron una capa de grasa con el espesor de un colchón, "y más dura que la madera". Laminaron la carne y limpiaron los huesos hasta reducir el monstruo a un pingajo sanguinolento. Ahora, tres meses después, María Ángeles espera en su taller de Valencina de la Concepción (Sevilla) la llegada del esqueleto, que continúa sumergido en agua en la Estación Biológica de Huelva, el único lugar acondicionado para que el monstruo macere tranquilo. Mientras aguarda, la conservadora se entretiene ensamblando para el Parque de las Ciencias de Granada la osamenta de otro rorcual, cinco metros menor, que murió en septiembre en las playas de Tarifa.

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